Corren tiempos tumultuosos en los que uno ya no sabe qué está bien y qué está mal, qué es blanco y qué es negro, hacia donde debemos dirigir nuestra existencia y hacia donde a nuestra familia en ésta nuestra tarea, nada fácil por cierto, de líderes.
Figúrese usted que vengo viendo últimamente que, de entre esas personas que han perdido totalmente el norte, cada vez más en esta oscura jungla, surge un rumor contestatario, un brutal corte a todo lo que es puro y antiguo, hasta el punto, y no estoy hablando en broma, que algunos de estos abanderados del todo vale llegan a manifestar su repudia al derecho inalienable que todo hombre tiene a utilizar correctivos físicos con los miembros de inferioridad jerárquica de su familia. Esto es, mujeres, niños y animales de compañía.
No voy a entrar a discutir el tema de los animales y los niños, los primeros deben ser sometidos por la única lógica que entienden, los segundos deben encontrar rápidamente su sitio en la jerarquía familiar y social, siendo nuestro deber ayudarles como podamos a que esa búsqueda sea lo más rápida posible. No creo que sea necesario explayarme, acaso la sociedad está ya totalmente perdida si un hombre tiene que justificar porque le da la gana arrearle una somanta palos a su hijo de 3 años.
Me centraré pues en nuestro inmediato subordinado (hasta que el hijo es mayor de edad), la mujer, ese torbellino de hormonas incontroladas. Es un hecho que la naturaleza nos ha hecho más fuertes para controlar el temperamento irracional de la mujer, para que sepamos dirigir, encauzar y corregir la orientación de todas sus energías a donde, como único sexo con el don de la visión racional del mundo, mejor consideremos resultando en el beneficio para todos.
Todas esas harpías insufladas de vanidades gracias a la televisión y revistas del corazón que se atreven a acusar a su marido de maltrato, sólo consiguen hacer el mal para el núcleo familiar. Mientras que el esposo diligente y juicioso en sus arreos, sólo consigue traer eficiencia y preservar la tradición heredada de antepasados más sabios que nosotros que a su vez la recibieron de la naturaleza o si se quiere, de Dios.
No soy un catastrofista, sé que quedamos muchos y que España y el mundo en general no se hunde, seguiremos perseverando como verdadero faro, conservando lo que siempre ha sido correcto, aunque proliferen los casos de absurdos intentos golpistas en algunas familias, somos muchos y siempre lo seremos. Lo tenemos todo ganado porque no batallamos, seguimos el curso natural de las cosas, el mismo curso que hace que las compañeras de algunos de nosotros, suficientemente doctos en el arte de el manotazo, sean totalmente conscientes de que todo lo hacemos por el amor que sentimos y por el bien y las ansias de protección de nuestras esposas.
Al fin y al cabo es un hecho que aquellos que no saben darlo o no lo dan por las ideas absurdas venidas del imperialismo americano (o peor aún, francés!) encuentran en sus compañeras conductas irresponsables que sólo pueden traducirse en un parpadeante cartel en letra mayúscula : Pégame.